domingo, 17 de febrero de 2013

Homeostasis económica

  Homeostasis económica
  Llamaremos así a un probable mecanismo por el cual los compradores podrían luchar, con sus compras, por una más justa repartición de los bienes producidos.
  En Biología hay un proceso que se denomina homeostasis, que es el conjunto de mecanismos que mantienen el equilibrio de las funciones de un ser viviente. Cada vez que algo se modifica se produce un efecto que se opone a esa modificación. Por ejemplo, si aumenta la concentración de glucosa en la sangre eso estimula la producción de insulina, que reduce la concentración de glucosa en la sangre. El número de estos mecanismos es grande (superior a mil). Y en Economía sería deseable una suerte de mecanismo de homeostasis económica que impidiera las diferencias sustanciales de riquezas entre los diversos componentes de una comunidad e, inclusive, entre todos los habitantes del mundo. Es decir que, cuando alguien se enriquece, aumente la tendencia a evitar su enriquecimiento y que, cuando alguien se empobrece, aumente la tendencia a evitar su empobrecimiento. Esta “homeostasis económica” se podría hacer efectiva a través de las compras, comprándole a los países más pobres o a los municipios más pobres que ofrezcan, con calidad suficiente, los productos necesitados.
  Gran parte de la “homeostasis” en Economía estaría en manos de las mujeres, por ser las que realizan el mayor porcentaje de compras. Ellas, al hacer las compras, al elegir productos que no se fabrican en su municipio, podrían volcarse a comprar los productos fabricados en los municipios más pobres o en los países más pobres que fuera posible.
  Hay una tendencia a comprarle al líder, al ganador, sea éste un comerciante o un país. Pero esto produce una realimentación positiva que hace que el sobresaliente se fortalezca cada vez más y eso aumenta la brecha entre los ricos y los pobres, lo cual es cada vez más peligroso para el comprador pobre. Con la “homeostasis”

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se favorecería al pequeño y el grande, si creciera, lo haría a ritmo menguante.
  Al comprarle a países ricos o a sus multinacionales uno ahorra pero, a la larga, pierde más que lo que ahorró, porque los países ricos son poderosos y producen presiones políticas y económicas que se vuelven en contra de los compradores más pobres. Convendría comprar cada producto que no se fabrica en Argentina, al país más pobre que lo produjera.
  Si se le compra a un país rico, nuestro país gana, en apariencia, pero se empobrece (se hace más dependiente del país rico). Si se le compra a un país pobre, nuestro país pierde, en apariencia, pero se enriquece (se hace alianza con el país pobre y se suaviza la dependencia con el rico).
  Este libro busca que el país rico disfrute y el país pobre sufra, si así tiene que ser, pero ambos moderadamente, y no excesivamente, como ahora.
  Buscar la “homeostasis” comprándole a los municipios más pobres produciría menores desniveles en la repartición de bienes a nivel nacional.
  El proponer educar al comprador en lugar de confiar en los gobernantes es una buena propuesta de trabajo. Ejemplo: en vez de declamar en busca de la distribución más equitativa de la riqueza quisiéramos educar a la gente para que la busque en forma racional: comprar a los municipios más pobres, a los países más pobres, etc. (“más pobre” significa “el más pobre que ofrezca el producto que buscamos y con la necesaria calidad”).
  Ningún organismo supranacional va a poder detener la concentración económica (suponiendo que desea hacerlo), pero la “homeostasis” sí que podría.
  ¿Por qué competir con quienes tienen poderes económicos superiores, sabiendo que se saldrá derrotado? Los países pequeños no deberían competir con los grandes. Deberían comprarse productos manufacturados entre sí, aunque sean más caros que los de los países grandes. Esto es, por supuesto, labor de los


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compradores y no de los gobiernos.

  No se debería tomar como castigo o represalia o deseo de

destrucción el no comprarle a un comercio, a una fábrica, a un municipio o a un país, sino como acto de conciencia dictado por las propias convicciones del comprador. Si uno entiende  que el que un comerciante se haga rico o que una fábrica o un país demasiado grandes son un inconveniente para la marcha equitativa de la Economía, puede dejar de comprar a ese comerciante, a esa fábrica o a ese país, sin necesidad de desear que les vaya mal. Es una convicción personal.


  Los habitantes de un país podrían ayudar a los habitantes de otro país comprándoles sus productos. No los compraría un país al otro país, sino que los comprarían los habitantes. Se podría ayudar al país X comprándole lo que produce (gas envasado, por ejemplo), pero no comprándolo el gobierno de Argentina, sino los habitantes de Argentina. De hecho, un poco negativamente, los habitantes de EEUU ayudan a los bolivianos comprándoles cocaína.
  También podrían ayudar así los habitantes de provincias ricas a los habitantes de provincias pobres y aún los habitantes de municipios ricos a los habitantes de municipios pobres. El hacer colectas para ayudar a los más necesitados lleva a que los “beneficiados” compren productos que se hacen en fábricas de otras localidades o países. O sea que a los que se ayuda realmente es a estas localidades o países. A los pobres sólo se les ayuda por un instante. Si se quiere amor universal no se puede apelar a los gobiernos, sino a los pueblos. Pero los pueblos tienen que tener algún arma, porque si no se la pasan despotricando inofensivamente. Y el arma, desconocida, aparentemente, para los pueblos, es la compra.
  Un ejemplo de lo antedicho: los españoles consumen productos fabricados en países pobres, si es que los productores cobran salarios dignos y son justicieramente tratados en esos países pobres. En 2006 este consumo solidario ha ido ganando espacio en España y cuenta con muchos compradores que prefieren esos

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productos, a pesar de que son un poco más caros que los usuales. Tiene mucho parecido con la “homeostasis” que proponemos aquí.

  El trueque también debería ser hecho con el productor más pequeño y con el país más pequeño, aunque pareciera menos provechoso.

  Compramos un artículo boliviano en vez de uno europeo. El boliviano nos sale malo y el europeo era, seguramente, bueno. ¿Qué deberíamos hacer? Hablar con el fabricante boliviano, solicitándole que lo haga bien.

  Las explicaciones que se dan sobre la fuga de cerebros son siempre a posteriori y sin considerar una causa precisa, como sería el considerar la fuga de cerebros como un hecho similar a la  compra que enriquece al país más rico. La “homeostasis” tendería a detener la fuga de cerebros.

  La “homeostasis” satisfaría a la justicia, a los filósofos, etc.

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