Satisface a la justicia
Los países con materias primas, dentro de nuestro esquema, deberían ser los más poderosos. Sin embargo, actualmente son los más menesterosos. Por eso, si alguno de ellos fabrica algo manufacturado, habría que preferirlo a lo de los países ricos, en busca de “homeostasis”.
Así como aumenta el producto bruto mundial y hay cada vez más pobres y más desocupados en el mundo, podría ser que, por medio de la “homeostasis”, aunque disminuyera el producto bruto mundial, hubiera menos pobres y menos desocupados. Estamos convencidos de que sería un gran progreso para una justa distribución de la riqueza.
El que empobrece al país pobre no es más que el comprador que no le compra a ese país pobre. Por eso, en lugar de sentir pena porque un país es pobre, convendría ensayar la “homeostasis”:
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comprarle productos (que no se puedan fabricar en el municipio propio) a ese país pobre, en lugar de comprarle al país rico y enriquecerlo más, ahondando la brecha entre países pobres y países ricos.
¿Uno va a ser más pobre porque compre un producto un poco más caro fabricado en un país pobre o en un municipio pobre? No. Y, sin embargo, con su proceder estaría, seguramente, mejorando su propio nivel de vida, lo cual se produciría cuando el país o el municipio pobre le retribuyera la atención.
Internet tendría un gran valor para la “homeostasis” si por su intermedio pudieran enterarse, los compradores de un país pobre, de los productos que ofrecen otros países pobres, y de lo cual no se enteran porque los distribuidores, generalmente asociados a países ricos, no les dan información.
Satisface a los filósofos
Los que deciden las elecciones son los ricos y los países grandes, que pagan las campañas políticas. Los pobres, si sólo les compran a los países pequeños (“homeostasis”) y a los proveedores pequeños (“compradores inteligentes”) simplemente procederían en defensa propia, porque nos parece muy difícil que un gobierno elegido por la influencia de los ricos se desviva por defender los intereses de los pobres.
Woody Allen, actor norteamericano, dice, en una película, que no se siente bien, aunque su situación económica sea buena, porque hay gente que la está pasando mal económicamente. Lo que falta agregar es que podría ayudar a los que la están pasando mal comprando a los comercios más pequeños, comprando los productos de las fábricas más pequeñas y comprando productos fabricados en los lugares donde están los pobres a los que desee ayudar. A los que tienen la misma línea de pensamiento que el personaje de esta película, nosotros decimos que están en una línea política de “izquierda generalizada”.
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Satisface al corazón
Al comprar productos de una nación se la ayuda. Al no comprarle productos a una nación se la perjudica. Parece lo mejor comprarle a las naciones más pobres, tratando de llegar a una “homeostasis” que humanice.
Dime a qué país le compras y te diré a quién quieres. Y ahí, con la compra, se podría ver el sentimiento caritativo y nivelador que uno tiene. Comprándole al país pobre se le ayudaría a levantarse, así como a sus habitantes.
La exclusión es como una enfermedad contagiosa: afecta primeramente a los más débiles, pero luego se propaga a los que no eran tan débiles. Convendría ayudar a los empresarios pequeños, que son los más débiles, para que no se debiliten más, y evitar, así, que su debilidad se propague hasta nosotros, los compradores.
La “homeostasis” impediría la desaparición de empresas. Ayudaría a que, si una empresa bajara su poder económico, no fuera arrollada perdiendo todo el mercado sino que perdiera sólo parte del mercado. Algo como ocurre con la lucha entre lobos, en la cual el que pierde no es asesinado sino que sólo baja en la escala de poder de la manada. O sea que la “homeostasis” sería un seguro contra la exclusión de empresarios. No conviene que todo quede en manos de muy pocos empresarios. Se pueden producir formaciones de precios terribles (recuérdense los precios leoninos de los medicamentos para tratar el SIDA).
Los países ricos parecen un ejemplo, pero no lo son para los países pobres, porque en esos países ricos han aumentado los casos de enfermedades de pobres, como la tuberculosis y el paludismo. Además reaparecieron, en esos países ricos, poliomielitis y difteria últimamente. Y todo esto parece debido a que se han disminuido los centros de atención a pobres tratando de sostener las ganancias de las grandes empresas. Indudablemente, la proposición de que los pobres deben comprarle a los comercios pobres y a los países pobres sería pertinente. Permitiría repartir mejor la riqueza, y este
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reparto iría acompañado de una fuerte reapertura de los centros que se ocupan de pobres.
Satisface a las religiones
También los sacerdotes que ayudan a los pobres podrían practicar la “homeostasis” comprando a países menos ricos los productos que van a utilizar para ayudar a los pobres (videos, libros, mapas, tintas) que no se fabricaran en los propios municipios en que están sus parroquias.
Las compras mejorarían a las religiones. Sobre todo en la religión católica, en que se pone, por sobre todas las cosas, el valor de la caridad. Hoy sólo se ayuda a los necesitados con la limosna. Con las compras hechas por “homeostasis” se los ayudaría mucho más y se lograría un mayor acercamiento a la verdadera caridad.
No satisface al complejo de Cenicienta (*)
El hecho de que el comprador siga comprando a los países más ricos podría encuadrarse en el “complejo de Cenicienta”. Si coincidimos en que la unión príncipe-Cenicienta tiene pocas probabilidades de durar, por las diferencias de educación, de refinamiento y, sobre todo, de ética, llegaremos a la conclusión de que a Cenicienta le convendría mucho más un pastorcito, que tiene parecidos educación y refinamiento y la misma ética. Cenicienta haría, así, “homeostasis”, aliándose a alguien como ella en vez de favorecer al ya rico príncipe, que es rico gracias a los impuestos pagados por ella y por otros como ella.
“Divide y reinarás” lo aplican tanto los grandes países para controlar a los débiles como las grandes industrias para dividir a los compradores y destruir a las pequeñas industrias. El “compre al más pequeño” y la “homeostasis” harían que los países y los compradores fueran uniformes en sus formas de proceder: favorecer al más débil. Esto concordaría con lo que expresa
(*) Llamamos complejo de Cenicienta a la “admiración por el patroncito”, que está bien representada en el cuento de Cenicienta, con su admiración por el príncipe (y la admiración de los lectores por el príncipe, también).
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Maquiavelo en “El príncipe”: “en una puja entre un fuerte y un débil, otro débil debe apoyar al más débil y no al más fuerte, porque si, con el apoyo del nuevo débil, el más fuerte vence a primer débil, luego atacará y vencerá al segundo débil, que no tiene ya apoyo alguno”.
Nosotros les compramos a los países ricos porque están más adelantados y nos ofrecen productos de mejor calidad y más baratos. Pero nos conviene, económicamente, que los países pequeños sean ayudados por nosotros a tratar de alcanzar a los grandes. (Y también, ¿por qué no?, a que los otros países pequeños nos ayuden a nosotros, que también somos habitantes de un país económicamente pequeño).
La “homeostasis” es importante en esto: si uno hace fuerte a uno de los rivales,¿qué garantía hay de que luego de hacerse fuerte no nos tome como víctimas a nosotros? La “homeostasis” equilibra fuerzas mejor, porque cuantos más centros de poder haya, menos probabilidad habría de desbordes.
No satisface a lo usual
El pobre quiere que el rico produzca mucho y que reparta las ganancias con justicia entre los pobres. Si no reparte con justicia (no vemos por qué tiene que repartir) el pobre dice que el rico es malo. Lo mismo pasa con los países: los países pobres pretenden que los países ricos los ayuden. Los pobres podrían “comprar al más pequeño” para evitarles a los ricos enriquecerse y después tener que repartir y podrían comprarles (los pobres, no los gobiernos) a los países más pobres que sea posible para que no estén recibiendo pedidos de ayuda. Esto último es la “homeostasis” y evitaría, sobre todo, a ricos y a países ricos, esos pedidos tan molestos. El “efecto Luciano”, ya visto en página 63, nos dice que los países ricos no recuerdan a los parientes pobres a la hora de repartir sus riquezas.
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